¿Cuántas veces tengo que perdonarle? ¿Hasta siete veces? No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Pedro cree estar siendo espléndido en su ofrenda de perdón. Así nos parece cuando vivimos inmersos en las dificultades de la convivencia y cuando algunos prójimos nos lo ponen tan difícil. Pero Jesús es categórico: el perdón debe estar presente en la vida como la sangre en nuestros cuerpos. Que la misericordia y el perdón se desborden en todo momento, como lo hacía Jesús. Es lo fundamental de nuestra vida.
Le presentaron a un criado que le adeudaba diez mil monedas de oro.
No se puede comparar la deuda entre amo y criado, con la deuda entre los dos criados. Por eso resulta indecente la conducta inflexible del criado perdonado. Jesús, perdonando desde la cruz, nos enseña a superar las ofensas más fuertes; nos enseña, como dice el Papa Francisco, a romper el círculo vicioso del mal y de las quejas, a responder a los clavos de la vida con el amor, y a los golpes del odio con la caricia del perdón.
El perdón está en el corazón del Evangelio; por eso debe estar en el corazón de la vida. Hay ocasiones en que, por lo que sea, se nos hace muy difícil perdonar: cuando el otro me aborrece, cuando se me agota la paciencia, cuando es algo que está sobre mis fuerzas…Pero el perdón, como todo, es un don, y si lo pido, lo recibo. Cada día debo presentar al Señor, con nombre y apellido, a la persona a quien necesito perdonar de corazón.
Recordemos esta parábola cuando rezamos el Padrenuestro y decimos: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
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