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17/11/2020 Santa Isabel de Hungría (Lc 19, 1-10)

Entró en Jericó y cruzaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico.

Para mejor entender y practicar el sacramento del perdón será bueno mirarlo a la luz de las páginas del Evangelio en las que Jesús habla o practica el perdón. Por ejemplo: las parábolas del perdón de Lc 15, o el paralítico de Mc 2, o la adúltera de Jn 8, o el Zaqueo de hoy… Así es cómo llegamos a comprender la maravilla de la sencillez, de la gratuidad, de la alegría del perdón.

Jefe de publicanos, y rico. Ninguna profesión, por despreciable que sea, está cerrada a la salvación de Jesús. Al contrario, parece que Jesús siente predilección por las más indignas: Los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios (Mt 21, 31).

Se adelantó corriendo y subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí.

Ninguna persona respetable haría semejante chiquillada. Pero Zaqueo, en cuestión de respeto y dignidad, no tiene nada que perder. Contemplando a Zaqueo subido al árbol, puedo preguntarme hasta dónde estoy dispuesto a pasar por encima de mi dignidad o de mi comodidad.

Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me hospede en tu casa.

Tampoco a Jesús le importa lo que dirán. Tampoco Él tiene nada que perder en cuestión de dignidad; se despojó de su rango al hacerse hombre.

Hoy ha llegado la salvación a esta casa… Pues el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Lo imposible para el hombre, es posible para Dios. Seamos lo que seamos, todos tenemos solución. ¡Todo es tan sencillo para Él!

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