Lo que sucedió en el tiempo de Noé sucederá en tiempo del Hijo del Hombre.
El Evangelio de hoy tiene dos lecturas. La primera, apocalÃptica, en clave de terrible amenaza; la segunda, gloriosa, en clave de radiante exultación. Nos quedamos con la segunda, ya que está fuera de lugar asociar a Dios con miedos o amenazas.
Para la plena realización de lo nuevo, del cielo nuevo y de la tierra nueva, es necesaria la desaparición de lo viejo. Entonces habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear (Is 65, 18). Asà es también la visión de san Pablo: La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad…, en la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto (Rm 8, 20-22). Y en otro lugar: Luego, el fin, cuando Cristo entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo principado, dominación y potestad. Porque Él debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies (1 Cor 15, 24-25).
Es cierto que Dios puede irrumpir en nuestras vidas desde la tragedia, arrasando con todos nuestros anteriores apoyos. Pero, una vez introducidos en la realidad del reinado de Dios que, como veÃamos ayer, está dentro de nosotros, entonces todo se ve y se vive con ojos nuevos y corazón nuevo. Dice un autor espiritual: La espera del dÃa del Señor no ha de ser causa de obsesión angustiosa ni temor paralizante, sino impulso para vivir la vocación y cumplir la misión a la que cada uno ha sido llamado.