Jesús se retiró con sus discÃpulos junto al lago. Le seguÃa una gran multitud.
El Evangelista presenta una lista de territorios, de dentro y de fuera de Israel, de donde procedÃan las multitudes que seguÃan a Jesús. Jesús se siente desbordado y llega a pedir a los discÃpulos que le preparen una barca, no lo fuera a estrujar el gentÃo.
La popularidad acompañó a Jesús en los comienzos de su vida pública. Solo en los comienzos, mientras las multitudes creyeron que a Jesús se le podÃan aplicar los cánones del mesianismo nacionalista judÃo. Las multitudes, con tantas necesidades de toda clase y que van por la vida como ovejas sin pastor, creen ver en Jesús la solución a sus problemas.
El Papa Francisco hace esta reflexión ante las multitudes y las personas de ayer y de hoy: Cuando una persona experimenta en su propia carne la fragilidad y el sufrimiento a causa de la enfermedad, también su corazón se entristece, el miedo crece, los interrogantes se multiplican; hallar respuesta a la pregunta sobre el sentido de todo lo que sucede es cada vez más urgente.
Pero pronto las multitudes comenzaron a darse cuenta de que Jesús no encajaba en su soñado mesianismo, y le fueron abandonando. Asà lo dice el Evangelista Juan: Desde entonces muchos de sus discÃpulos se echaron atrás y ya no andaban con Él (Jn 6, 66).
Por eso precisamente Jesús reprendÃa severamente a los espÃritus inmundos para que no lo descubrieran. Es que a los espÃritus inmundos les gusta decir de Jesús aquello que pueda favorecer la fantasÃa popular de un mesianismo triunfalista. Las multitudes nunca, ni entonces ni ahora, están preparadas para asumir el mesianismo de Jesús; el del fracaso y de la cruz.