El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
Quizá sea ésta la más incómoda de las páginas del Evangelio. ¡Qué poco caso hacemos de la invitación del Señor a ser humildes! ¡Serlo y parecerlo! Vemos, por una parte, cómo las autoridades eclesiásticas exhiben indumentarias y títulos pomposos. Vemos, por otra parte, cómo todos ansiamos grandezas y honores. Sin una buena dosis de interioridad iluminada por la Palabra de Dios, llegamos a hacer del servicio un instrumento de control y de dominio. Todos somos hermanos y no debemos de ninguna manera dominar a los otros y mirarlos desde arriba (Papa Francisco). Todos necesitamos una profunda purificación interior a base de mucha Palabra de Dios: Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he dicho (Jn 15, 3).
Estamos ante una página del Evangelio tremendamente antijerárquica: No os hagáis llamar maestros… En la tierra a nadie llaméis padre…Ni os llaméis instructores… Es evidente que a Jesús se le atragantan los expertos en asuntos religiosos que no lo son en fraternidad. Y los que por guardar las tradiciones del pasado se oponen a la novedad del Evangelio.
¿Qué diría hoy Jesús ante tanta afición al jerarquismo y a los títulos honoríficos, tan semejante a la de aquellos escribas y fariseos? Y no pensemos en otros. Pensemos en nosotros mismos que nunca acabamos de liberarnos del virus de la egolatría.. Seamos sinceros y valientes y busquemos maneras de cambiar actitudes y vocabulario. La incoherencia evangélica de mi entorno nunca justifica mi propia incoherencia. Será cosa buena que en mi interior resuenen frecuentemente las palabras de Jesús: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29).
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