Después de comer, Jesús, por tres veces, hace la misma pregunta a Pedro. La hace delante de todos ellos: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Han pasado pocas horas desde que Pedro ha asegurado, también delante de todos: Aunque todos fallen, yo no (Mc 14, 29). Ahora, tras haberle negado tres veces, y haber derramado lágrimas amargas, Pedro parece haber aprendido a pasar de sí mismo: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Tú sabes; ahora comienza a conjugar la vida en segunda persona: tú lo sabes, Señor; yo no sé nada, no puedo ya fiarme de mí mismo. Jesús concluye el intercambio con una palabra: Sígueme. Parecería que, finalmente, Pedro ha puesto a Jesús en el centro de su vida.
Pero por muy poco tiempo. Porque mientras los dos caminan juntos, Pedro se vuelve. Sigue siendo Pedro; el frágil y poco fiable Pedro. Se vuelve hacia Juan que, en silencio, les sigue discretamente de cerca. Pedro pregunta; Señor, y éste ¿qué? La respuesta de Jesús es contundente: ¿A ti qué te importa? Tú, sígueme. Es un rechazo categórico de toda valoración o comparación. Es un rechazo de todo lo que no sea poner los ojos solamente en Él. Es verdad que no podemos vivir indiferentes a las necesidades de quienes nos rodean; pero también es verdad que siempre hemos de respetar su singularidad.
Una vez más, Pedro piensa en lo complicado que le resulta entender a Jesús, a pesar de lo mucho que le quiere. Todos estamos llamados a seguir a Jesús. Cada uno a su manera. El Señor nos repite hoy: Sígueme. No pierdas tiempo en preguntas o chismes inútiles; no te entretengas en lo secundario, sino mira a lo esencial y sígueme (Papa Francisco).
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