Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré.
Con la llegada del verano, quién más quién menos, todos suspiramos por unos días de vacaciones. Sentimos la necesidad de descansar desconectando de las ocupaciones que nos agobian a lo largo del año. También Jesús sintió esa necesidad e invitó a los suyos a tomarse unas vacaciones: Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco (Mc 6, 31).
Pero hoy Jesús nos invita a encontrar en Él mismo el mejor de los descansos: Venid a mí los que estáis cansados. Ya lo había anunciado el profeta Isaías: Un niño nos ha nacido, estará el señorío sobre sus hombros y se llamará Príncipe de Paz (Is 9, 5). Pablo aprendió, desde su experiencia personal, que Él es nuestra paz (Ef 2, 14). Había vivido sin paz, cansado y agobiado por sus miserias personales, suplicando insistentemente al Señor ser liberado de ellas. Pero cuando el Señor le contestó que mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza, entonces Pablo encontró la paz aviniéndose, como en la parábola de la cizaña, a convivir con sus miserias: Por eso me complazco en mis flaquezas, pues cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte (2 Cor 12, 7-10).
Mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
No promete eliminar yugos y cargas; promete aligerarlos. Porque el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí (Mt 10, 38). Cuando nos toquen yugos y cargas pesados será cosa de agarrarnos con fuerza a la cruz. No a una cruz vacía, sino a una cruz ocupada por el Crucificado, recordando que no es más el siervo que su amo (Jn 13, 16).
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