Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos.
Entonces; cuando el joven rico se ha marchado entristecido ante su incapacidad para dejar las riquezas. También Jesús queda triste y pronuncia unas palabras tremendas: Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos. Y es que cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios, para amar a los hermanos ni para gozar de las cosas más grandes de la vida (Papa Francisco).
Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: Entonces, ¿quién se podrá salvar?
Esta vez sí que entienden correctamente. Entienden que lo de ser rico es cosa del corazón más que del bolsillo. Entienden que tampoco ellos están libres del hechizo del dinero, aunque sean unos pobretones. Suele decirse que el dinero es un buen servidor y un mal amo. Lo malo es que al dinero le gusta dominar el corazón humano sin compartirlo con nadie.
Recordemos la primera de las Bienaventuranzas: Dichosos los pobres de corazón porque de ellos es el Reino de los Cielo. El pobre de corazón ya forma parte del Reino: confía en Dios, comparte con el prójimo, está en paz consigo mismo. El pobre de corazón vive en la gratuidad y en la libertad. El pobre de corazón se despoja de sí mismo y en cada momento vive su existencia como regalo de Dios. El Evangelio es una provocación a la desnudez del ser, a la solidaridad y al compartir. Pero esta libertad de corazón es imposible sin la fuerza de Dios (Papa Francisco).
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