¿Puede un hombre repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?
El tema del Evangelio de hoy es el matrimonio. Los mayores de edad constatamos el descenso brutal del número de matrimonios religiosos, el aumento dramático de rupturas familiares, y la disminución catastrófica de la natalidad. Nuestra sociedad ha sufrido una paganización tan profunda como vertiginosa. ¿Quizá Dios ha perdido el control del mundo?
Que no se nos ocurra tal disparate. Jesús nunca aspiró a controlar la sociedad de su tiempo. Los piadosos le rechazaban. Incluso los discípulos, como vemos en el Evangelio de hoy, encuentran complicado aceptar la idea que tiene Jesús del matrimonio: Si ésa es la condición de marido con la mujer, más vale no casarse.
Estamos, de nuevo, ante el Jesús radical y estricto; nada de componendas. Para Jesús, tanto la vocación al matrimonio cristiano como al celibato cristiano, son don gratuito de Dios, y pide absoluta fidelidad de cada uno a su vocación. Este es el ideal: el ideal del amor. Amor que es paciente y amable; que no es envidioso ni fanfarrón; que todo lo aguanta, que todo lo cree, que todo lo espera, que todo lo soporta (1 Cor 13, 4-7). Claro que, como dice Pablo, llevamos este tesoro en vasijas de barro (2 Cor 4, 7). Por eso, como Jesús, seremos comprensivos y compasivos con quienes no consiguen mantenerse fieles al ideal.
El Papa Francisco nos exhorta a caminar con estas dos cosas que Jesús nos enseña: la verdad y la comprensión. Y esto no se resuelve como una ecuación matemática, sino con la propia carne. Es decir, yo cristiano ayudo a esa persona, a aquellos matrimonios que atraviesan una dificultad, que están heridos, en el camino del acercamiento a Dios.
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