18/11/2025 Martes 33 (Lc 19, 1-10)
- Angel Santesteban

- hace 12 horas
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Entró en Jericó y cruzaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos y rico.
Poco antes, Lucas nos ha presentado a otro rico; un joven que, tras encontrarse con Jesús, se fue triste porque era muy rico (Lc 18, 23). Tanto aquel joven, como este hombre maduro de hoy, viven insatisfechos, a pesar de poseer muchas riquezas.
Zaqueo intentaba ver quién era Jesús; pero a causa del gentío no lo conseguía, porque era bajo de estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un árbol para verle, pues iba a pasar por allí.
Es significativo el papel del árbol. Ayer, en el episodio del ciego de Jericó, hicieron de árbol los que caminaban junto a Jesús. Es raro que Jesús decida encontrarse con alguien sin echar mano de… árboles, de intermediarios.
Zaqueo se apresuró a bajar y le recibió con alegría.
La vida de Zaqueo cambió radicalmente. Como cambió la vida de una mujer de la alta sociedad romana que escribía: También yo, como la Samaritana, tuve un encuentro decisivo; descubrí un Agua Viva con la que aplacar cada día la sed. Se me han dado ojos nuevos para mirarme a mí misma y al mundo. El hallazgo del Misterio del Amor que envuelve la vida, llena mi vida de estupor (A. Borghese).
El Papa Francisco comenta: Zaqueo se dio cuenta en un momento de lo mezquina que es una vida esclava del dinero, a costa de robar y recibir desprecios. Tener al Señor allí, en su casa, le hace ver todo con otros ojos, incluso con la ternura con la que Jesús le miraba. Y su manera de ver y de usar el dinero también cambia: el gesto de arrebatar es reemplazado por el de dar.
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