19/06/2020 Sagrado Corazón de Jesús (Mt 11, 25-30)
- Angel Santesteban
- 18 jun 2020
- 2 Min. de lectura
Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.
Manso y humilde de corazón. Así es el corazón de Jesús; así es el corazón de Dios. Nos cuesta entenderlo; también a quienes nos decimos cristianos. Existe la incredulidad del ateo. Pero hay otra incredulidad más sutil y más frecuente: la de quienes creen en un Dios que no se parece al de Jesús, manso y humilde de corazón. Es cierto que se requiere mucha fe para creer en un Dios que nos ama hasta el extremo de la cruz, y para relacionarnos con Él como niño con papá, o como dos buenos amigos.
Esta fiesta del Sagrado Corazón nos pone ante los ojos el Amor. Dios es Amor: infinitamente grande, infinitamente gratuito, infinitamente misericordioso. Hoy celebramos, como canta Zacarías, las entrañas de misericordia de nuestro Dios (Lc 1, 78). ¡Qué bueno sería despojar al Sagrado Corazón de las recetas mágicas de salvación que le acompañan! ¡Qué bueno sería desvestir al Sagrado Corazón de ropajes de reparación para revestirlo únicamente del ropaje del amor! ¡Qué bueno sería que el Sagrado Corazón, de carne y de sangre, fuese el lugar de encuentro con la divinidad! Porque, como dice Teresa de Ávila, es gran cosa, mientras vivimos y somos humanos, traerle humano.
Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados.
Fatigados y sobrecargados por cualquier desventura. ¿Quizá por nuestras propias aflicciones físicas o morales? Tengamos siempre claro que una intensa conciencia de pecado debe ayudarnos a descubrir y a adentrarnos en el Corazón de Jesús. Porque quien no sabe de pecado, no puede saber de misericordia; ni del Corazón de Jesús.
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