Os aseguro que a quien me reconozca abiertamente ante la gente, este Hombre lo reconocerá ante los ángeles.
El seguimiento de Jesús, el ser cristiano, es cosa seria. En tiempos pasados, cuando todo el mundo era cristiano, muchos no habían hecho una opción personal porque no se conocía otra cosa. Se era buena gente, pero no había compromiso con la persona de Jesús de Nazaret. Y como todavía quedan residuos de aquel cristianismo de cristiandad, vemos personas que participan en el culto dominical por inercia.
No os preocupéis de cómo os defenderéis o qué diréis; el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que hay que decir.
El Espíritu Santo es el Paráclito, el Abogado. Abogado que actúa desde dentro y nunca falla. Él es quien pone las palabras oportunas en la boca, o quien sugiere el oportuno silencio.
Al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se lo perdonará.
¿Cómo puede encajar esto en un Evangelio que es todo misericordia y perdón? La respuesta la encontramos en el hermano mayor del pródigo. Aquel muchacho, mientras se obstine en no perdonar a su hermano y se niegue a entrar, no disfrutará del banquete. Pasado un tiempo, aunque sea refunfuñando, entrará. Y, como Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4), ese cambio de actitud llegará.
La obstinación de la misericordia divina es más fuerte que la obstinación de la insensatez humana. Lo vemos en la parábola de la oveja perdida. El Papa Francisco dice: Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner límite al amor de Dios que perdona.
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