El reino de Dios es como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda. A uno dio cinco bolsas de oro, a otro dos, a otro una; a cada uno según su capacidad. Y se ausentó.
La parábola del domingo pasado hablaba de diez muchachas: cinco sensatas y cinco necias. La parábola de hoy habla de tres siervos: dos sensatos y uno necio. A juzgar por el espacio dedicado a cada uno de ellos, Jesús orienta nuestra atención hacia el siervo necio, el que hizo un hoy en tierra y escondió el dinero de su amo.
Es una pena de hombre. Es bueno y piadoso, pero tiene miedo de su amo: Señor, sabÃa que eres exigente, que cosechas donde nos has sembrado y reúnes donde no has esparcido. Como tenÃa miedo, enterré tu bolsa de oro; aquà tienes lo tuyo. Su figura plasma bien el perfil de las personas conservadoras; de quienes viven el presente desde el pasado; de quienes se muestran alérgicos a la novedad porque eso comporta riesgos. Quien no tiene confianza en el Amo, hace suya aquella sabidurÃa rancia que dice que más vale malo conocido que bueno por conocer.
La parábola es un alegato a favor de la iniciativa y de la creatividad, y una reprimenda contra el encogimiento y la falta de compromiso. Una religiosidad dominada por un dios justiciero, una vida dominada por el ojo inquisidor encasillado en un triángulo, no conduce a la gloriosa libertad de los hijos de Dios, sino al llanto y al rechinar de dientes. El EspÃritu de Jesús es siempre audaz, siempre nuevo, siempre sorprendente.
¿Cuál de los tres siervos refleja mejor mi actitud cristiana actual? DeberÃa ser cualquiera de los dos primeros, dinámicos y emprendedores. Que no sea el tercero, el timorato, el pusilánime, el comodón. ¿O quizá los dos primeros retratan mis años jóvenes, y ahora, es el tercero el que retrata la etapa final de mi vida, ya que me he apoltronado, me he instalado, y recurro a la tradición para justificar una vida irrelevante?