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20/01(2024 Sábado 2º (Mc 3, 20-21)

Se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron para llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.

En los primeros días de su vida pública, la popularidad de Jesús fue enorme: no los dejaban ni comer. Pero las muchedumbres irán disminuyendo según vayan captando el mensaje de Jesús.

Se decía que estaba fuera de sí. Fueron momentos complicados para Jesús. Sus parientes están preocupados; con razón. Un día, sin dar explicaciones a nadie, se ha ido de casa. Los familiares se sienten responsables de su persona y buscan secuestrarlo convencidos de que ese es su deber.

Por otra parte, Jesús tiene muchos seguidores; pero es un seguimiento interesado. Jesús sabe bien que, incluso los que forman parte de su círculo más íntimo, no le entienden: ni siquiera sus parientes creían en Él (Jn 7, 5). Son momentos complicados para Jesús. Debe sentirse muy solo. Solamente sus encuentros mañaneros con el Padre le liberan del peso de la soledad.

Jesús no se deja atrapar por el desaliento; tampoco por el cariño familiar. Sus parientes, actuando con la mejor voluntad, personifican bien el axioma de que lo bueno es el mayor enemigo de lo mejor. ¿Para qué embarcarse en una aventura tan arriesgada cuando la vida callada de Nazaret ofrece todas las garantías y bendiciones de Dios?

A lo largo de su vida pública Jesús tendrá sus enemigos más acérrimos en los líderes religiosos; no pararán hasta eliminarlo. Pero sus más sutiles enemigos están entre familiares y discípulos. Unos, creyendo que le quieren, buscan devolverle a los caminos sensatos del sentido común. Otros, creyendo conocer mejor el proyecto de Dios, tratan de convertirle a su idea del verdadero mesianismo.

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