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20/04/2024 Sábado 3º de Pascua (Jn 6, 60-69)

Este discurso es bien duro: ¿quién puede escucharlo?

Es cierto; Jesús ha dicho cosas tan extravagantes como: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Son cosas que solamente los tocados por el Espíritu son capaces de aceptar: El Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo (Jn 14, 26).

Jesús, en lugar de apaciguar ánimos, añade leña al fuego diciendo: ¿Esto os escandaliza? ¿Qué será cuando veáis al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes? Si así reaccionan ante unas palabras extrañas, ¿cómo reaccionarán cuando sea levantado de la tierra (Jn 12, 32)?

Hasta este momento, quienes criticaban a Jesús eran los judíos; ahora son sus propios discípulos. Jesús pregunta: ¿También vosotros queréis marcharos? No busca retenerlos moderando la radicalidad de su mensaje; parece no importarle quedarse solo.

Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

Tampoco Pedro, como Marta más tarde (Jn 11, 27), es capaz de entender las enigmáticas palabras de Jesús; pero eso no impide que siga confiando plenamente en Él. El seguimiento no es cosa de doctrina, sino de persona.

La unión, la fusión de Jesús con los suyos que tiene lugar comiendo su carne y bebiendo su sangre, sigue siendo de difícil asimilación incluso para sus más fervorosos discípulos. Hay cristianos, como el Pedro del lavatorio de los pies, que no se encuentran cómodos con un Dios tan cercano; le prefieren más distante, más transcendente, que no se abaje tanto. Debemos entender, como dice el Papa Francisco, que la Eucaristía no es el premio de los santos, sino el Pan de los pecadores.

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