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20/04/2025 Domingo de Resurrección (Jn 20, 1-9)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 19 abr
  • 2 Min. de lectura

Entonces corre adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, el predilecto de Jesús, y les dice: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

María Magdalena corre. Corren también Pedro y Juan. Todos los discípulos, primero ellas y luego ellos, están desconcertados. No les pasa por la cabeza la resurrección tantas veces anunciada por Jesús. Es que para creer en la resurrección del Crucificado es necesario estar tocados por una especial intervención de Dios. La muerte de Jesús fue un acontecimiento que todos los habitantes de Jerusalén presenciaron; pero la resurrección es un acontecimiento que tiene lugar solamente en la intimidad de la persona. Evidentemente, lo que se ve no es suficiente. Evidentemente, la fe nos hace ver más allá de la materialidad de lo histórico y de lo visible.

Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro.

El evangelista no está narrando unas carreras. Está representando con gran maestría los procesos de la fe y del amor de cada discípulo. La Magdalena sale en busca de Jesús cuando todavía está oscuro; es decir, en ella todavía no hay fe. Pero era de madrugada; es decir, la luz de la fe está próxima. Pedro, representante de lo institucional, es más lento; Juan, representante de lo carismático, es más rápido.

 

Hasta entonces no habían entendido las Escrituras, que había de resucitar de la muerte.

Las Escrituras. No es posible un proceso de progresivo descubrimiento del Crucificado-Resucitado sin adicción a los Evangelios. Nos dice el Papa Francisco: Necesitamos al Crucificado-Resucitado para creer en el amor; para que, poniéndose en medio de nosotros, nos vuelva a decir: La Paz con vosotros. Solo Él puede hacerlo. Él ha querido conservar siempre consigo las llagas de su pasión. Son un sello indeleble de su amor por nosotros. Mirando sus llagas gloriosas, nuestros ojos incrédulos se abren, nuestros corazones endurecidos se liberan y dejan entrar el anuncio pascual: La paz con vosotros. 

Para todo el mundo, pero especialmente para nosotros creyentes, éste es el día del aleluya; aleluya de nunca acabar.

 
 
 

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