20/05/2025 Martes 5º de Pascua (Jn 14, 27-31)
- Angel Santesteban
- hace 1 hora
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La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo.
La sobremesa de la última cena fue larga. Jesús, que está despidiéndose de los suyos, trata de que los terribles acontecimientos que se avecinan no destruyan la fe que tienen en Él: Que no tiemple vuestro corazón ni se acobarde… Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.
La paz de la que Jesús habla brota de lo más profundo del ser humano; de allí donde mora el Espíritu de Jesús: Él es nuestra paz. Para llegar a ese profundo centro, más allá de las perversiones del corazón, y hacer que la paz empape a la persona entera, se necesita fe. Entonces sucede, como escribe santa Isabel de la Trinidad, que aunque caiga frecuentemente conseguiré con mi fe plena de confianza que Él me levante. Él me despojará, me librará de mis miserias, atraerá irresistiblemente mis potencias, triunfando sobre ellas en sí mismo (UEE 12).
Para poder decir que la paz de Jesús domina una vida, no es suficiente vivir tranquilo; eso podría ser solamente un espejismo. La paz es verdadera paz de Jesús cuando permanece estable en medio de las pruebas más duras de la vida. Es una paz que tiene mucho que ver con la fraternidad, con el perdón, con la entrega a los demás.
No se turbe vuestro corazón, ni se acobarde.
Ni se desaliente, ni se deprima, ni se entristezca. Ni ante miserias propias, ni ante miserias ajenas. Porque la paz no es ausencia de conflictos. Porque la paz es fruto de la fe. Fruto que se manifiesta en la alegría y en el olvido de uno mismo.
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