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20/06/2020 Inmaculado Corazón de María (Lc 2, 41-51)

Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

Ayer celebrábamos el Corazón de Jesús. Celebrábamos al Manso y Humilde de corazón, celebrábamos el Amor. Hoy celebramos el Corazón de su Madre. Celebramos a la que conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón: celebramos la contemplación, el secreto del corazón de la Madre.

Su dimensión contemplativa, su interioridad iluminada por la Palabra de Dios, hace que María sea profunda y gozosamente consciente de haber sido colmada de favores gratuitos. Así lo dice en el Magnificat: El Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Entiende, además, que todo lo recibido por ella, Dios lo derramará sobre toda la humanidad por medio de Jesús, cuando en la plenitud de los tiempos haga que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10).

Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

María, gracias a su intensa vida interior, trata a Dios con mucha familiaridad; como su Hijo-bebé con ella, así ella con Abbá. Nosotros, quienes seguimos a Jesús y veneramos con cariño a su Madre, encontramos en ella la mejor maestra para aprender el camino hacia la comprensión y la vivencia de la gratuidad; hacia la plena percepción de que todo es don. Entonces vivimos instalados en la gratitud y en la alabanza. Con su dimensión contemplativa, María nos enseña también a descubrir realidades grandes en las cosas más pequeñas.

Esta celebración del Corazón Inmaculado de María, puede ser un buen momento para preguntarme: ¿Cómo expreso de forma concreta mi devoción, mi relación cordial con ella? Más allá de algunos ejercicios de devoción, por ejemplo el rosario, ¿puedo decir que me relaciono con ella con cálida familiaridad?

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