Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen.
A la paz por el perdón; a la paz con uno mismo y a la paz con los demás. Y al perdón, ¿cómo? Al perdón por la oración. Queriendo, antes que sintiendo; acudiendo al Señor para que nos lo haga sentir, cuando todavía hierven por dentro resquemores y resentimientos.
¡Cuántas turbulencias interiores creamos de forma semiinconsciente cuando tramamos estrategias y discursos para poner en su lugar a fulanito de tal! Sin embargo, cuando salimos de esa semiinconsciencia y, sea por sabiduría humana o sea por gracia divina, acometemos la tarea de purificarnos de esas emociones autodestructivas, entonces disfrutamos del gozo de ver ondear la bandera de la paz en nuestra vida.
Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre es perfecto.
Esto mismo, en el Evangelio de Lucas, se lee así: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo (Lc 6, 36). Es decir, somos perfectos cuando nos parecemos al Padre del cielo en la compasión, la misericordia, el perdón. Así lo demostró Jesús momentos antes de morir en la cruz: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34). San Pablo, el gran perseguidor de los primeros cristianos, lo aprendió bien: No te dejes vencer por el mal, antes bien vence el mal con el bien (Rm 12, 21).
Jesús nos pide amar a los enemigos. ¿Cómo se puede hacer? Jesús nos dice: rezad, rezad por vuestros enemigos. La oración hace milagros; y esto vale no solo cuando tenemos enemigos, sino también cuando percibimos alguna antipatía, alguna pequeña enemistad (Papa Francisco).
Leyendo el evangelio de hoy y el de estos últimos días no sé a qué altura amorosa está mi corazón. Me consuelan la oración y el deseo, y, sobre todo, tener un Padre en el cielo que hace salir su sol sobre TODOS, buenos y malos; y que manda su lluvia sobre TODOS justos e injustos.
¡Gloria a Dios!