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20/06/2024 Jueves 11 (Mt 6, 7-15)

Nos acercamos a Dios, o eso pensamos, orando con palabras nuestras. Pero la verdad es que es Dios quien se acerca a nosotros con su Palabra. Por eso es bueno iluminar las palabras del Padrenuestro con la Palabra de Dios. Es como la mano del Espíritu que nos ayuda a entrar en el corazón del Padre, injertando nuestra vida en la de Jesús, y haciendo que sea el mismo Jesús quien ora en nosotros.

Padre nuestro que estás en los cielos.

Podemos orar lenta y repetidamente estas palabras evocando la antigua profecía de Ezequiel: Mostraré la santidad de mi Nombre ilustre profanado entre los paganos, que vosotros profanasteis en medio de ellos, y sabrán los paganos que yo soy el Señor cuando les muestre mi santidad en vosotros (Ez 36, 23).

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.

También estas palabras pueden ser oradas lenta y repetidamente evocando la antigua profecía de Daniel: No cuentan los que habitan la tierra, y trata como quiere al ejército del cielo; nadie puede atentar contra Él ni exigirle cuentas de lo que hace (Dn 4, 32).

Nuestro pan cotidiano dánosle hoy.

El pan de hoy: la sencillez, el día a día. Es suficiente. Todo empapado en una confianza a prueba de todo; también de debilidades o pecaminosidades. El sabio de los Proverbios oraba así: No me des pobreza ni riqueza, asígname mi ración de pan, pues si estoy saciado podría renegar de ti y, si necesitado podría robar y ofender el nombre de Dios (Pr 30, 8-9).

Así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores.

San Pablo exhorta a la comunidad cristiana de Éfeso: Sed amables entre vosotros, compasivos, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo (Ef 4, 32).

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