Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Se ha dirigido al Padre dándole gracias por haber revelado sus secretos a los sencillos. Ahora se dirige a los sencillos explicando cómo hacer para entrar en el círculo de los predilectos y vivir una vida de la mejor calidad. Porque nadie conoce quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo decida revelárselo (Lc 10, 22).
Venid a mí. Quien acude a Él, el cristiano, no cambia unas leyes, las judías, por otras leyes, las cristianas. Quien se acerca a Él, el cristiano, hace de la persona de Jesús el punto de referencia de su vida. Así se instala en el descanso y en la paz haciéndose, como el Maestro, manso y humilde de corazón.
Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. A veces estas palabras de Jesús parecerán engañosas. En otro momento nos pide: Quien no tome su cruz para seguirme no es digno de mí (Mt 10, 38). Recordemos que a Él mismo, el yugo y la carga de la cruz le pesaron demasiado en Getsemaní. Pero recordemos también que, concluida su oración, salió de Getsemaní reconfortado y dispuesto a afrontar su pasión con entereza. Jesús nos está invitando a aceptar las implicaciones negativas que el amor supone para el ego; implicaciones como el servicio y la solidaridad.
Aprended de mí. Quienes nos hemos acercado a Él no necesitamos ídolos. En Él tenemos el perfecto modelo y el mejor de los amigos: Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Él ayuda y da esfuerzo. Nunca falta. Es amigo verdadero (Santa Teresa).
Yo sé Señor que al coger tu yugo mi fatiga se convierte en descanso y mi carga en alivio, porque Tú, aceptando la voluntad del Padre, saliste reconfortado de Getsemaní. Acudo a Ti porque estoy cansado y agobiado y no encuentro alivio en las medicinas del mundo.
¡Gloria a Dios!