Los fariseos salieron y deliberaron cómo acabar con Él. Pero Jesús se dio cuenta y se fue de allí.
No busca confrontación. Ante la oposición, prefiere retirarse. Hay batallas que se ganan retirándose. Acuden a la mente las palabras que pronunció Jesús: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29). También las del profeta Isaías: No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará (Is 42, 2-3). ¡Qué hermosa imagen de Dios que nunca apaga la fe que humea, sino que, en su momento la hará revivir!
El espíritu maligno de la violencia intenta persuadirnos de que ella es la mejor estrategia ante la injusticia; el ojo por ojo de los antiguos. Y cuando nos vemos en situaciones límite caemos fácilmente en la tentación de empuñar las armas que la violencia pone en nuestras manos: juicios, actitudes, palabras, obras.
Le siguieron muchos y los curó a todos. Y les mandó enérgicamente que no le descubrieran.
Hoy, como entonces, son muchos los que carecen de una mínima disposición para recibir con provecho algo tan especial como la Buena Noticia de Jesús. El celo por la propagación del Evangelio debe estar siempre acompañado por el discernimiento: No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen (Mt 7, 6). La proclamación de la Buena Noticia de Jesús, Señor y Salvador, hay que hacerla ante todo con el testimonio de la vida: con el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la afabilidad, la bondad, la fidelidad, la modestia, el dominio de sí (Gal 5, 22).
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