Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos.
Para recalcar sus palabras Jesús llega a decir que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos. ¿Está exagerando? No. Es que, evidentemente, una figura geométrica no puede ser circular y cuadrada a la vez. Para entrar en el Reino de los Cielos es indispensable vestir el traje adecuado; el de los pobres de corazón.
El rico de corazón no necesita de Dios ya que se basta a sí mismo. Pablo fue desvestido de su traje de rico en el camino de Damasco. Luego llegará a presumir de su traje de pobre: Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo de mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo (2 Cor 12, 9).
Pedro, que no ha recibido la gracia de Damasco porque no ha tenido todavía la experiencia del Crucificado, continúa con corazón de rico. Le dice a Jesús: Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos pues? A Pedro, como a todos nosotros, le cuesta Dios y ayuda entender y poner en práctica las palabras de Jesús a sus seguidores: El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo (Mt 16, 24).
A todos nos cuesta Dios y ayuda renunciar al propio ego; algo imprescindible para entrar en el Reino de los Cielos. Pienso, dice santa Isabel de la Trinidad, que el alma más libre es la que más se olvida de sí misma. Si me preguntasen por el secreto de la felicidad, yo diría que consiste en no tomarse en cuenta a uno mismo, en negarse de continuo.
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