20/09/2025 San Andrés Kim y compañeros (Lc 8, 4-15)
- Angel Santesteban

- 19 sept
- 2 Min. de lectura
Salió el sembrador a sembrar la semilla.
Salió el Sembrador. Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gal 4, 4). Según criterios humanos, no fue una siembra exitosa. Fue mucha la semilla perdida y poca la que dio fruto. Pero eso no preocupa a Jesús porque, según su benévolo designio, que en Él se propuso de antemano para realizarlo en la plenitud de los tiempos, hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 9-10).
A sembrar la semilla. Jesús, Palabra del Padre, es la semilla. Semilla que se identifica también con la Escritura. Desconocer la Escritura es desconocer a Jesús. Un autor espiritual escribe: Sin la Palabra de Dios no sois nada en la Iglesia. Sin la Palabra de Dios no tenéis nada que decir a la Iglesia. Sin la Palabra de Dios, todo vuestro empeño no servirá de nada.
A vosotros se os concede conocer los secretos del Reino de Dios; pero a los demás se les habla en parábolas, para que viendo no vean, y escuchando no comprendan.
A nosotros sí, a otros no. ¿Por qué? Porque así lo decide Él. Su salvación, como el vino de Caná, es para todos; pero solo unos pocos hemos sido capacitados para conocer su origen. A los creyentes esto nos abre el camino a una vida de plenitud. La fe en el amor nos libera de angustias y miedos, y llena nuestra vida de luz y de esperanza.
Pablo expresa así esta plenitud: Con alegría damos gracias al Padre que nos capacitó para compartir la suerte de los consagrados en el reino de la luz (Col 1, 12).
Comentarios