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20/10/2024 Domingo 29 (Mc 10, 35-45)

Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir.

Recordaremos cómo Jesús, en el Evangelio del domingo pasado, nos alertaba sobre el peligro de la seducción de las riquezas, y lo ponía muy crudo. Tanto que los discípulos se espantaron y comentaron: Entonces, ¿quién puede salvarse? 

Hoy Jesús nos alerta sobre el peligro de la seducción del poder. El poder, o el instintivo afán de dominio, imponiendo la propia voluntad y situándonos por encima de los demás. Y esto somos capaces de hacerlo aunque no ostentemos cargos de responsabilidad. Tenemos un ego tan sutil que sabe convertir lo que parece servicio a los demás en servicio a nosotros mismos. 

 

Los dos hermanos, Santiago y Juan, son los discípulos más fervorosos de Jesús. Pero les puede la seducción del poder: Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Pretenden que, cuando Jesús haya restablecido en Israel la gloria mesiánica del reino de David, ellos dos ocupen los puestos más relevantes. Esta ambición no es exclusiva de los dos hermanos. Todos ellos, los Doce, tienen la misma ambición: Los otros diez se indignaron contra Santiago y Juan.

 

Parecen muy torpes las ambiciones de aquellos discípulos, pero todos llevamos encima un importante componente de egoísmo. Todos vivimos centrados en nosotros mismos. Nos cuesta entender que la solución de todo problema humano pasa por la cruz: la de Jesús y la del discípulo. Nos cuesta entender que el camino de la cruz es el camino hacia la plenitud de la vida. Pero todos sufrimos de alergia ante la cruz. Nos cuesta mucho aprender la ciencia de la cruz.

 

Jesús se muestra paciente ante la torpeza de sus discípulos. Pero lo dice con toda claridad: entramos en una vida de plenitud solamente cuando nos olvidamos de nosotros mismos y nos abrimos al bien de los prójimos. Hoy que celebramos el día de la misiones, el Domund, intentemos abrir un poco más a los demás nuestros ojos, nuestros bolsillos y nuestros corazones.

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