Un hombre noble marchó a un país lejano para recibir la investidura real y volverse. Llamó a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: Negociad hasta que vuelva.
Esta parábola de las minas es semejante a la de los talentos de Mateo. Pero las divergencias son tantas que muchos estudiosos piensan que Lucas ha juntado dos parábolas en una: la del pretendiente real y la de las minas. El resultado es bastante confuso.
En las parábolas hay detalles que pueden desviar la atención. Lo que importa es buscar hasta encontrar lo que Jesús quiere decir. La frase final del Evangelio de hoy arroja mucha luz sobre esta complicada parábola: Y dicho esto, marchaba por delante, subiendo a Jerusalén. Porque es en Jerusalén donde se consuma todo; donde va a ocupar el trono de la cruz. Y quienes seguimos sus pasos haremos bien en entregar lo recibido y lo que somos por los demás.
Menos complicada resulta la lección que esconde el criado timorato que guarda su mina en un pañuelo: Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un pañuelo. Pues tenía miedo de ti, que eres un hombre severo, que tomas lo que no pusiste y cosechas lo que no sembraste.
Es la actitud que puede darse en gente buena y cumplidora que viven ajenos a la realidad del Reino y desconocen la grandiosidad de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Personas para quienes Dios es juez severo, más que Padre cariñoso. Pendientes de lo prescrito, alérgicos a lo novedoso, ocupados consigo mismos. Lo primero en sus vidas es asegurar la propia salvación: Os digo que a todo el que tiene se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.
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