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20/11/2018 Martes 33 (Lc 19, 1-10)


Zaqueo se adelantó de una carrera y se subió a un sicómoro para verlo, pues iba a pasar por allí.

Hay algo en común entre Zaqueo y el ciego del Evangelio de ayer: la inquietud ante la presencia de Jesús. Los dos podían haberse quedado sentados donde estaban y haciendo lo que siempre habían hecho; el ciego pidiendo limosna y Zaqueo con sus libros de cuentas. Pero, no. A Zaqueo, incluso, no le importa hacer el ridículo con tal de ver a Jesús. El Papa Francisco comenta que ese gesto exterior expresa el acto interior del hombre que busca pasar sobre la multitud para tener un contacto con Jesús. Es que no es posible el encuentro con Jesús sin pasar sobre la multitud.

Resulta sorprendente semejante actitud. Es, claro está, cosa del Espíritu. Donde el Espíritu no sopla, no hay inquietud. El Señor habla así de la persona sin inquietudes: Puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices: Soy rico, nada me falta. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado… Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo (Apo 3, 16-20).

Hoy ha llegado la salvación a esta casa…, pues el Hijo del Hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido.

Todo fue don de Dios: la corta estatura, la inquietud, la conversión, la salvación… Zaqueo buscó sin saber bien qué; y encontró lo que ni habría sido capaz de imaginar. Que el Espíritu de Jesús nos mantenga siempre saludablemente inquietos, y no permita que se adueñen de nosotros la complacencia, la rutina, el automatismo.


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