Le dijo Pilato: Entonces, ¿tú eres rey? Jesús contestó: Tú lo dices. Yo soy rey.
Ningún pregonero mejor que san Pablo para proclamar la realeza de Jesucristo. Porque en la plenitud de los tiempos todo tendrá a Cristo por cabeza, lo del cielo y lo de la tierra (Ef 1). Y, entonces, toda rodilla se doblará ante Él, en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confesará que Cristo Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2). Porque todo fue creado por Él y para él, y todas las cosas serán reconciliadas por Él y para él pacificando, mediante la sangre de su cruz los seres de la tierra y de los cielos (Col 1). Porque en Él reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente y nosotros alcanzamos la plenitud en Él (Col 2).
Los creyentes hacemos nuestras las palabras de san Pablo; gozosamente; sin ningún pero. Esta es la meta de todo el universo, de toda la humanidad. Todo formará parte del señorío de Jesús. TODO (escrito con mayúsculas y subrayado). Todo está siendo conducido por Él a su plenitud.
Mi reino no es de este mundo.
A los creyentes nacidos en países de cristiandad nos cuesta asimilar esto. Suspiramos por un mundo oficialmente cristiano. Y esto, además de no ser posible, es imposible. Porque, si el mundo os odia, sabed que primero me odió a mí (Jn 15, 18).
El Papa Francisco comenta: La grandeza de su reino no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas. Un amor humilde que todo lo excusa, todo lo espera, todo lo soporta. Solo este amor ha vencido y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte y el miedo.
Jesús es rey, pero su realeza no es de este mundo. Su trono es la cruz; su poder el amor. Amor que es LA verdad o realidad suprema. Amor y Verdad son lo mismo; son Él. Y nada puede subsistir fuera del dominio de la Verdad-Amor.