Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Comenzamos la primera semana del Adviento, y del nuevo año litúrgico, con las mismas palabras con que concluíamos la última semana del año recién acabado. Es que el Adviento es más que una preparación para la Navidad del día 25; es una invitación a poner los ojos más lejos.
Hoy se habla mucho de memoria histórica. Nosotros, los creyentes, somos los maestros de la memoria histórica. ¿Por qué? Porque nuestra vida está basada en el pasado, en lo sucedido hace más de dos mil años, cuando el Hijo de Dios se hizo hombre en el seno de una mujer. Es una memoria histórica muy saludable, porque llena de luz nuestro presente y nos proyecta hacia el futuro. Sin embargo, la memoria histórica de nuestros políticos no es sino uno de esos virus que de vez en cuando infectan a la sociedad y consiguen envenenar la convivencia.
El Adviento nos remite, en primer lugar, al pasado; al niño de Belén, al niño de María, que será el centro de nuestra atención y que, como anunció el ángel a los pastores, será motivo de alegría para todo el mundo. El Adviento nos remite, en segundo lugar, al futuro, como nos dice el Señor en el Evangelio de hoy: Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Aquel niño de Belén nos espera. Se ha ido para prepararnos un lugar y cuando, como dice Él, os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo para que donde esté yo, estéis también vosotros (Jn 14, 3). Por eso vamos por la vida sin dejarnos dominar por miedos o pesimismos. Vamos por la vida confiados, con la cabeza alta, mirando hacia adelante, no hacia atrás. Convencidos de que lo que somos no es nada en comparación con lo que seremos.
Que estas cuatro semanas del Adviento sean como un cursillo intensivo para aprender la ciencia de la sabiduría. Que aprendamos a vivir relativizando el pasado ante el presente; y que aprendamos a vivir relativizando el presente ante el futuro.