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21/12/2018 Viernes tercero de Adviento (Lc 1, 39-45)


Entonces María se levantó y se dirigió apresuradamente a la serranía, a un pueblo de Judea.

Es buena la manera de oración que pone los ojos en las palabras de la Escritura y pone las alas a la imaginación: María que viaja aprisa, María que se acerca a casa de su amiga, María que se funde en un abrazo con Isabel… La vemos nerviosa mientras camina, gozosa en el abrazo de Isabel, radiante proclamando su Magnificat. Con el instrumento de nuestra imaginación podemos llegar a captar la comprensión que María tiene de Dios, el conocimiento que tiene de sí misma, su manera de entender la historia y la humanidad entera.

Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Continuamos con la imaginación contemplando a las dos amigas fundidas en un abrazo. Las dos abrazan gozosas su fragilidad junto con la grandiosidad del amor de Dios tan inefable como gratuito. Las dos tienen claro, muy claro desde la experiencia de su maternidad, que todo es puro don y que nada depende de sus méritos. A las dos se les desborda el corazón en el agradecimiento y la alabanza. Escribe un autor: Lo más importante que podemos decir del amor de Dios es que nos ama no por algo que hayamos hecho para merecer su amor, sino que Él, de forma totalmente libre, ha decidido amarnos.

Se dirigió apresuradamente. El Papa Francisco comenta: Sería bello añadir a las letanías de la Virgen una que diga así: Señora que vas deprisa, ruega por nosotros. Porque ella siempre va deprisa cuando sus hijos están en dificultades, tienen necesidad y la invocan. Ella acude deprisa.


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