Su padre, ZacarÃas, lleno de EspÃritu Santo, profetizó: Bendito el Señor, Dios de Israel.
Antes de este glorioso momento, ZacarÃas ha sufrido su purgatorio, una larga noche oscura de nueve meses. Exactamente desde que el ángel del Señor le dijera: quedarás mudo por no haber creÃdo (Lc 1, 20). El silencio y el sufrimiento han ayudado a ZacarÃas a desembarazarse de las rémoras que lastraban su vida espiritual: la costumbre, la rutina, el conformismo… Ahora es libre. Contra el parecer de parientes y vecinos ha decidido, de acuerdo con su mujer Isabel: Su nombre es Juan. El silencio y el sufrimiento han afinado mucho su sintonÃa con Dios.
El Cántico de ZacarÃas, el Benedictus que muchos rezamos temprano todas las mañanas, es un regalo de paz que nunca pierde frescura. Saboreamos sus palabras como si acabasen de ser pronunciadas, como si cada dÃa fuesen nuevas: ha visitado y redimido a su pueblo…, nos ha suscitado una fuerza salvadora…, que nos salva de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian (esos que todos llevamos dentro)…, asà podemos servirle sin temor en santidad y justicia en su presencia todos nuestros dÃas…, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios que harán que nos visite una Luz de lo alto…
Es el alba del nuevo dÃa. La Luz está llegando. La Luz que cambia la noche en dÃa, la muerte en vida, la esclavitud en libertad. Un sol que destruye nuestros pecados de miedo, de miseria, de odios y de hipocresÃa. Un sol que alumbra los trazos de un nuevo camino: el de la paz.