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25/12/2018 Natividad del Señor (Lc 2, 1-14)


Estando allí le llegó la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no habían encontrado sitio en la posada.

La escena es de lo más tierna y humilde: un bebé, unos pañales, un pesebre de animales. Pero es, al mismo tiempo, una escena enmarcada en una atmósfera de lo más luminosa y espectacular: porque la gloria del Señor envuelve a los pastores, y porque una gran alegría es proclamada para todo el mundo. A decir verdad, son pocos los que se enteran de lo sucedido; pocos e insignificantes. Es bueno recordar que así fue entonces y así sigue siendo ahora. Así viene al mundo el Hijo de Dios nacido de una mujer. Al principio de los tiempos, Dios lo creó todo a partir de la nada; ahora, en la plenitud de los tiempos, Dios lleva a cabo su designio de salvación a partir de la mayor penuria. Si sabemos contemplar el belén, nos sentiremos invitados a buscar a Dios no en lo maravilloso, sino en lo cotidiano.

Había unos pastores en la zona que velaban por turnos los rebaños a la intemperie.

Son los primeros destinatarios, por ahora los únicos, de la Buena Noticia. Comienza a ponerse de manifiesto la predilección de Dios por los más humildes. Los pastores, con alegría desbordante, comunicarán a otros lo visto y oído: Todos los que lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores. Entre los oyentes, a juzgar por lo que vemos hoy, habría quienes consideraron a los pastores unos mentecatos.

Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres que Él ama.

¡Gloria a Dios y paz a los hombres! El amor de Dios por nosotros ha llegado hasta el extremo de darnos a su Hijo, el Salvador. Y si Dios con nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿quién contra nosotros? Nada ni nadie puede separarnos de su amor. Por eso que en todo salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó (Rm 8, 37). Por eso, ¡gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres en la tierra!


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