El primer dÃa de la semana, MarÃa Magdalena echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discÃpulo, a quien tanto querÃa Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Pedro y Juan se echan a correr también. Los tres, ella y ellos, han estado con Jesús mucho tiempo. Le han oÃdo hablar de su muerte y resurrección. Pero no lo han creÃdo. Están desconcertados. Para creer en el Resucitado cada uno ha de hacer su propio recorrido; no es suficiente la fe heredada de nuestros antepasados.
Desde luego, lo que Juan nos transmite en su Evangelio es el resultado de una vida de una profunda experiencia personal. Juan proyecta sobre la persona de Jesús una luminosidad única. Todo lo que escribe lo hace a la luz de la Resurrección.
Los dos corrÃan juntos, pero el otro discÃpulo corrÃa más que Pedro. Se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo, pero no entró.
Son dos recorridos de fe. Cada uno tiene el suyo. Unos, como Pedro, podemos ser más lentos; más de la ley y de la autoridad eclesial. Otros, como Juan, podemos ser más rápidos; más del carisma y del profetismo. Pero Juan respeta la autoridad y espera a Pedro: Entonces entró el otro discÃpulo, el que habÃa llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
¿Qué es lo que vio? Lo mismo que Pedro: solamente un sepulcro vacÃo. A Jesús no le ven. Pero Juan cree. Hasta ahora no habÃa entendido las Escrituras. Ahora las entiende. Juan necesitará paciencia para esperar a que también a Pedro se le iluminen las Escrituras.