Al día siguiente Juan vio acercarse a Jesús y dijo: Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
El Cordero de Dios.
A Juan Evangelista le encanta la imagen del cordero usada por Juan Bautista como símbolo de Jesús. La usará en el Evangelio y en el Apocalipsis. Una muestra: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la gloria y la alabanza (Apo 5, 12). Hace evocar las palabras del profeta: Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca (Is 53, 7). El cordero gozó de gran protagonismo en el Antiguo Testamento; la gran fiesta de la Pascua judía giraba en torno al cordero (Ex 12). Jesús es, en verdad, el Cordero de Dios.
Que quita el pecado del mundo.
El pecado; en singular. Para Jesús, y para el Evangelista, el pecado es uno: el no creer en Jesús. San Pablo hablará del pecado de los rebeldes e indóciles a la verdad; para ellos, cólera e indignación (Rm 2, 8). Juan pondrá en labios de Jesús estas palabras: El juicio versa sobre esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz (Jn 3, 19). El pecado del mundo es la fuerza que se opone a la luz; anida en las estructuras sociales y en el corazón de todo ser humano.
Jesús quita el pecado del mundo. Así es cómo, en todo salimos victoriosos gracias a aquel que nos amó (Rm 8, 37). Porque debe Él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies (1 Cor 15, 25). ¡Ánimo! Yo he vencido al mundo (Jn 16, 33).