Al desembarcar, vio un gran gentÃo y se compadeció, porque eran como ovejas sin pastor.
La compasión que Jesús siente ante la gente no se queda en sentimientos o palabras. Menos aún, en condenas a los dirigentes polÃticos o religiosos despreocupados del bienestar del pueblo: Mi pueblo era un rebaño perdido que los pastores extraviaban por los montes, iban de monte en colina, olvidando el aprisco (Jr 50, 6). La compasión de Jesús busca inmediatamente soluciones. Primero, se pone a enseñarles muchas cosas. Después, cuando se hacÃa tarde, y los discÃpulos le piden que despida a la gente para que cada uno se procure su sustento…
Él respondió: Dadles vosotros de comer.
Todo discÃpulo, todo cristiano, ha sido llamado para, en primer lugar, estar con Él. Pero este estar con Él, si auténtico, se proyecta necesariamente hacia el bienestar de los demás. Una piedad intimista que olvida a los prójimos es un lastimoso engaño. El Papa Francisco nos dice: Sé misericordioso como Él, escucha, atiende y acompaña a los que sufren. Jesús nunca desliga el alimento espiritual del material.
Ordenó que los hicieran recostarse en grupos sobre la hierba verde.
Es un cuadro idÃlico. Resuena el eco del salmo: El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar (23, 1). Contemplando asiduamente a Jesús iremos copiando sus actitudes. Comprenderemos, cada dÃa un poco mejor, que toda situación, comenzando por las más comprometidas, es una prueba de fe y de disponibilidad. Aprenderemos a afrontar cualquier reto como Él: con valentÃa, con inventiva, con confianza. Siendo muy consciente de mis limitaciones seré más consciente de que con Él todo es posible: incluso mover montañas. Lo sabÃa bien MarÃa en Caná.