Mientras Jesús se encontraba en un pueblo se presentó un leproso; el cual, viendo a Jesús, cayó rostro en tierra y le suplicaba: Señor, si quieres, puedes sanarme.
Señor, si quieres, puedes sanarme. Recuerda mucho la oración de Jesús en GetsemanÃ: Padre, si quieres, aparta de mà esta copa (Lc 22, 42). Si quieres. El leproso cree, sabe, está convencido de que Jesús puede sanarle. Pero, ¿lo querrá? A la gran creyente, MarÃa de Nazaret, no le cupo ninguna duda de que Jesús harÃa como ella se lo habÃa sugerido en Caná. La fe en un Dios que es amor, amor gratuito e incondicional, es el punto de partida para la mejor salud interior; salud interior que tiene su reflejo en lo exterior, en lo corporal. Jesús, solamente Él, puede liberarnos de las más profundas enfermedades: orgullo, celos, rabia… ¡Tantas lepras que nos hacen repelentes!
Extendió la mano y le tocó, diciendo: Lo quiero, queda sano.
Contemplemos despacio este momento. Y mientras lo contemplamos, tomamos las manos de Jesús para que nos toque y nos libere de todo aquello que nos impide entregarnos libremente a los demás. Mientras lo contemplamos, nos animamos también a imitar su ejemplo. ¿Por qué no practicamos la oración de sanación imponiendo las manos a los que sufren? Con sencillez, sin ceremoniales. No nos contentemos con: te encomendaré en mis oraciones. Asà nos pide Él: Todo lo que pidáis con fe lo recibiréis (Mt 21, 22). Y también: Quien cree en mà hará las obras que yo hago, e incluso otras mayores (Jn 14, 12).
Él se retiraba a lugares solitarios a orar.
Su popularidad crecÃa. Pero Él era alérgico al glamur exterior. Lo suyo es la entrega humilde desde la interioridad.