Todo el pueblo se bautizaba y también Jesús se bautizó.
Contemplamos a Jesús esperando su turno para ser bautizado por Juan. ¿Es solamente un acto de solidaridad, o se siente realmente pecador, como nosotros, aunque no lo sea? En verdad, no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado (Heb 4, 15).
Mientras oraba, se abrió el cielo, bajó sobre Él el EspÃritu en forma de paloma y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto.
Jesús sale del Jordán, se pone a orar y se abrió el cielo. Se siente sumergido en una experiencia trinitaria que le confirma en su identidad y en su misión. Ahora puede olvidar Nazaret y dedicarse a proclamar la mejor de las noticias. Compartirá lo que Él ha experimentado. También nosotros, todos nosotros, somos hijos queridos de Dios: Habéis recibido un espÃritu de de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! (Rm 8, 15).
Él os bautizará en EspÃritu Santo y fuego.
Él Bautista sabe que su bautizo no es nada comparado con el de Jesús. Jesús no nos sumerge en el Jordán, sino en el fuego del corazón de Dios.
Son muchos los bautizados que han olvidado su bautismo. Los hay que afirman ser católicos, sin ser practicantes. Eso es una necedad. Es como decir: aunque no sé ni leer ni escribir, soy ingeniero. El agua del bautismo, para ser fecunda, necesita el fuego de la fe. Solamente los creyentes, los que hacemos de Jesús el punto de referencia de nuestras vidas, podemos ir por la vida iluminados por la luz del fuego del EspÃritu. Solamente los creyentes, los que hacemos de Jesús el punto de referencia de nuestras vidas, podemos asegurar que Él es el Salvador, y que experimentamos su salvación en forma de buena salud interior. Solamente los creyentes, los que hacemos de Jesús el punto de referencia de nuestras vidas, sabemos cuán verdaderas son sus palabras: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10).