La gente se asombraba de su enseñanza porque lo hacÃa con autoridad, no como los letrados.
Suponemos que la gente estaba acostumbrada a predicaciones moralizantes, que tenÃan que ver mucho con lo aprendido y poco con lo vivido. Jesús enseña desde su interioridad. Por eso su palabra es viva y novedosa. Además, confirma su autoridad liberando al hombre de lo que envilece su vida.
Precisamente en aquella sinagoga habÃa un hombre poseÃdo por un espÃritu inmundo… Jesús le increpó: ¡Calla y sal de él!
¡Calla! Ningún diálogo con el mal; no le deja ningún resquicio. La postura tajante de Jesús nos invita a adoptar esa misma postura ante todo mal, propio o ajeno.
El espÃritu inmundo sacudió al hombre, dio un fuerte grito y salió de él.
Dice el Papa Francisco que Jesús vino al mundo para anunciar y realizar la salvación de todo el hombre y de todos los hombres y que muestra una predilección particular por quienes están heridos en el cuerpo y en el espÃritu: los pobres, los endemoniados, los enfermos… Es el verdadero Salvador: Jesús salva, Jesús cura, Jesús sana. Jesús infunde paz, vitalidad, y confianza en la vida de la persona humana, liberándola de dependencias del mal, de miedos, de ansiedades.
Todos se llenaron de estupor: ¿Qué significa esto? Hasta a los espÃritus inmundos les da órdenes y le obedecen.
Su fama se divulgó por todas partes. Pero la gente continuó con su vida. Llegado el momento, le crucificarán. No nos engañemos. Si nuestra sociedad se aleja de Jesús no lo achaquemos a lo inadecuado o escandaloso de nuestra conducta. Corrijamos lo que haya que corregir, pero sepamos que por muchos milagros que hagamos no conseguiremos que el mundo deje de ser mundo. No por ahora.