Él se acercó a ella, la tomó de la mano y la levantó.
No es suficiente escuchar las palabras de Jesús; el buen contemplativo se fija también en sus gestos, en sus manos, en su mirada… De hecho, los Evangelios nos hablan mucho de sus manos: Jesús agarrando a Pedro que se hunde, Jesús imponiendo las manos, Jesús tocando a los leprosos…
La contemplación de este Jesús con la suegra de Pedro nos enseña la mejor manera de acercarnos al menesteroso. Él, primero, se acerca, luego entra en contacto con él, y acaba levantándolo. Contemplando a Jesús, quedo encantado de su cariño; quedo también maravillado de la libertad con que se mueve y actúa. Me gustarÃa ser como su sombra y que se me peguen ese cariño y esa libertad. A la suegra de Pedro se le fue la fiebre y se puso a servirles. Jesús espera que quienes hemos sido liberados de cualquier mal nos pongamos de inmediato al servicio de los demás.
Al atardecer, cuando se puso el sol, le llevaron toda clase de enfermos y endemoniados.
Jesús vino al mundo para anunciar y realizar la salvación de todo el hombre y de todos los hombres. Por eso muestra una predilección particular por quienes están heridos en el cuerpo y en el espÃritu: los pobres, los pecadores, los endemoniados, los enfermos. Jesús salva, Jesús cura, Jesús sana (Papa Francisco).
Muy de madrugada, cuando todavÃa estaba oscuro, se levantó, salió y se dirigió a un lugar despoblado, donde estuvo orando.
Acompañamos sigilosamente a Jesús. Es algo que hace a diario no por rutina, sino por necesidad: antes del desayuno del cuerpo, el desayuno del espÃritu. Sin un rato de intimidad con Él no comenzamos bien el nuevo dÃa.