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18/01/2019 Viernes primero (Mc 2, 1-12)


Entonces llegaron unos trayendo a un paralítico entre cuatro.

Es el primero de cinco episodios consecutivos dominados por la discrepancia entre Jesús y los fariseos. Cinco por este orden: el paralítico, la comida en casa de Leví, sobre el ayuno, sobre el sábado, la curación del hombre de la mano seca. Lo de Jesús, motivo de asombro y alegría para los desfavorecidos, es motivo de escándalo y oposición para la autoridad.

Viendo Jesús la fe que tenían, dijo al paralítico: Hijo, se te perdonan los pecados.

Ni hace preguntas, ni pide arrepentimientos, ni da consejos. Es un perdón absoluto, incondicional, gratuito. ¿Creemos de verdad en este perdón? Porque podríamos ser de confesión frecuente y no creer en este perdón. ¿Quizá continuamos mencionando los pecados de la vida pasada? ¿Quizá vivimos medio paralizados por el pasado, o desanimados por no conseguir superar nuestras mediocridades? El verdadero perdón nos reconcilia con nosotros mismos e impide que sembremos pesadumbre en nuestro entorno. Las palabras de Jesús: Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso, incluye la misericordia para consigo mismo (A.Grün).

Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

El perdón nos levanta; nos libera de todo lo que paraliza nuestra vida. Como dice san Pablo: El amor no lleva las cuentas del mal (1 Cor 13, 5). La peor de las parálisis es la de los escribas fariseos. La de quien vive cerrado en sí mismo; cerrado al perdón y, por tanto, cerrado al amor.

Levántate: con la cabeza bien alta; sin cobardías: Todo lo puedo con Aquel que me da fuerzas (Flp 4, 13). Toma tu camilla: en adelante, lleva sobre los hombros tu pasado con alegría. Vete a tu casa: crea convivencia, crea hogar, allí donde vives.


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