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19/01/2019 Sábado primero (Mc 2,13-17)


Los letrados del partido fariseo, viéndole comer con pecadores y recaudadores, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come con recaudadores y pecadores?

Ayer fue el paralítico quien dio ocasión a la autoridad religiosa para enfrentarse a Jesús. Hoy es por Leví (Mateo). Lo fariseo y lo cristiano, como el aceite y el agua, no pueden fusionarse. Lo fariseo (la ley) tiene corazón de piedra; lo cristiano (el Evangelio) tiene corazón de carne. Lo aprendió bien san Pablo: Perdí todas las cosas y las tengo por basura para ganar a Cristo (Flp 3, 8).

El Papa Francisco comenta la llamada de Jesús a Leví: Pasando delante del banco de los impuestos, los ojos de Jesús se posan sobre los de Leví. Era una mirada cargada de misericordia que perdonaba los pecados de aquel hombre y, venciendo la resistencia de los otros discípulos, lo escoge a él, pecador y publicano, para que sea uno de los Doce.

No vine a llamar a justos, sino a pecadores.

¿Por qué los más fieles somos, frecuentemente, los menos tolerantes con los menos fieles? ¿Por qué nos cuesta tanto ser misericordiosos como el Padre es misericordioso? Necesitamos muy mucho contemplar el misterio de la misericordia. Será fuente de alegría, de serenidad, de sabiduría. Santo Tomás de Aquino escribe: Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia. Jesús se hizo hombre para decirnos que Dios es puro amor y pura misericordia.

Estamos llamados a vivir en misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso. El perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón (Papa Francisco).


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