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20/01/2019 Domingo segundo (Jn 2, 1-11)


No tienen vino.

En una fiesta de bodas no debe faltar el vino; sería menos fiesta. Como no debe faltar la alegría en la fiesta de la vida; sería menos vida. La Madre de Jesús es la primera en darse cuenta de que la fiesta peligra porque no hay vino. Contemplando despacio a María vemos una mujer que vive una profunda vida interior. Y vemos que, gracias a esa interioridad, goza de una fina sensibilidad que la hace percibir de inmediato lo que no funciona en su entorno. La ausencia de interioridad provoca la ceguera y la insensibilidad ante los pequeños o grandes dramas que viven quienes tenemos cerca.

No tienen vino.

María podría haber dicho: no tenemos vino. Pero, no. Porque ella sí tiene vino. Su Hijo colma de plenitud su vida. El Evangelista Juan lo entiende bien cuando nunca la llama por su nombre; siempre que se refiere a ella, la llama la Madre de Jesús. Él es la razón de su vida. También hoy, en África por ejemplo, es un honor para una mujer que la gente olvide su nombre y la llamen la-madre-de-fulanito. Jesús es el vino que satisface la vida de María.

No tienen vino.

También nosotros, los creyentes, participamos de la fiesta de la vida. Lo hacemos, como María, llenos del vino del Evangelio; como los discípulos el día de Pentecostés. El Evangelio es Buena Noticia, es alegría, es celebración. Si así es, seguiremos el ejemplo de María. Primero cultivaremos la interioridad para así percibir mejor las carencias de nuestro entorno. Y después adoptaremos como lema de vida el NO-TIENEN-VINO de María.

No tienen vino.

El vino que el Hijo de María trae a la fiesta de la vida no es un vino cualquiera. El mayordomo se le queja al novio: Has guardado el vino mejor hasta ahora. No caigamos en la tentación de pensar y afirmar que el vino pasado fue mejor. El Evangelio nos asegura que lo mejor está por venir. Para todos, creyentes y no creyentes, cuando todo se llene del que llena de todo a todos (Ef 1, 23).


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