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24/01/2019 San Francisco de Sales (Mc 3, 7-12)


Los espíritus inmundos al verlo caían a sus pies gritando: ¡Tú eres el Hijo de Dios!

Espíritus inmundos. O demonios; o diablos. Podríamos ser partidarios de ellos diciendo que su existencia es doctrina de la Iglesia, y que son seres personales, y que son eternos enemigos de Dios; así es cómo extienden su sombra sobre nuestras oraciones y devociones. O podríamos ser detractores de ellos diciendo que si algo es eterno y queda fuera del abrazo del Dios-Amor, entonces Dios tendría limitaciones, no sería Dios; así viviríamos prescindiendo de ellos y guardaríamos silencio sobre ellos de pensamiento y de palabra. Como el silencio que les imponía Jesús: les mandaba enérgicamente que no le descubrieran. La gente no estaba preparada entonces, tampoco ahora, para entender la Verdad.

Así opina Teresa de Ávila sobre tantos misterios que no podemos entender: Hemos de dejar en todas estas cosas de buscar razones para ver cómo fue. Pues no llega nuestro entendimiento a entenderlo, ¿para qué nos queremos desvanecer? Y sobre los demonios: Si este Señor nuestro es poderoso y que son sus esclavos los demonios, ¿qué mal me pueden ellos hacer a mí? Tengo más miedo a los que temen al demonio que al mismo demonio.

Todo pensamiento o palabra dedicado a los demonios es pensamiento o palabra robado al Señor. Juan de la Cruz nos dice: Pon los ojos sólo en Él. Ése es el buen camino. Es el camino que nos indica san Pablo: Todo fue creado por él y para Él. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre (Col 1, 16 y Ef 2, 10).


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