Yendo de camino, cerca ya de Damasco, hacia el mediodÃa, de repente una luz celeste, intensa, resplandeció en torno a mÃ.
Fiesta de la conversión de san Pablo. Contemplamos este momento tan trascendental para Pablo y para la Iglesia. Hay distintas maneras de entender la palabra conversión. Una, más superficial, es la proclamada por el Bautista: consiste en pasar del pecado a la virtud. Otra, más profunda, es la proclamada por Jesús: creer en el Evangelio, creer en Jesús. Es el caso de Pablo. En aquella luz intensa lo recibió todo: las palabras de Jesús, la Pasión y Muerte, la Resurrección, Pentecostés. Y todo lo que hasta ese momento le parecÃa santo, ahora pasa a ser basura: Todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdà todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo (Flp 3, 8).
Id por todo el mundo proclamando la Buena Noticia a toda la humanidad.
Tanto es el entusiasmo de Pablo ante el descubrimiento de Jesús que se lanza a proclamar el Evangelio. Es un hombre plenamente realizado y quiere que muchos otros gocen de la gran vida que él disfruta. Esta vocación misionera es de todos los agraciados con el don de la fe. Muchos no recorreremos geografÃas; pero todos derramaremos generosamente en nuestro pequeño mundo las perlas del tesoro que llevamos dentro.
Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, y os llenéis de toda la plenitud de Dios (Ef 3, 17-19).