En el principio existÃa la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra. En latÃn, el Verbo. En el original griego, el Logos. ¿Qué significaba el término Logos para el Evangelista? Logos es pensamiento y es comunicación de la propia intimidad. El Evangelista nos está diciendo que el Hijo de Dios, hecho carne en las entrañas de MarÃa, es la revelación y la comunicación definitiva de Dios a nosotros; es Él quien da sentido a todo. Porque todo se hizo por Él y sin Él no se hizo nada. Y todo tiene en Él su consistencia (Col 1, 17).
Vino a los suyos y los suyos no la recibieron.
Asà fue y asà sigue siendo hasta hoy Pero no siempre será asÃ. El rechazo a la Palabra, a la luz, tiene fecha de caducidad. San Juan dice en su primera carta: las tinieblas pasan y la luz verdadera brilla ya (1 Jn 2, 8). Ya lo habÃa anunciado el profeta IsaÃas: Yo juro por mi nombre que ante mà se doblará toda rodilla (Is 45, 23). Lo repetirá san Pablo: Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre (Flp 2, 10-11).
Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Quienes hemos recibido la Palabra vivimos la gran realidad de, además de ser, sentirnos hijos de Dios. Nuestra tarea primordial debe ser la de promover esa vivencia con la apertura a la Palabra. Una estampa muy pertinente es la de MarÃa de Betania que escucha a Jesús, sentada a sus pies. Adaptamos esa estampa a nuestra vida, sentándonos con la Palabra de Dios ante los ojos. También podemos inspirarnos en la Madre de Jesús, la que conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón (Lc 2,51).