Nacido Jesús en Belén de Judea en tiempo del rey Herodes, unos magos que venÃan de Oriente se presentaron en Jerusalén.
No son parte del pueblo elegido. La alianza de Dios con los hombres deja de ser cosa exclusiva del pueblo judÃo. El recién nacido Jesús, el Salvador, lo es de todos los pueblos de la tierra.
¿Dónde está el rey de los judÃos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.
El largo y complicado camino de los magos hasta Belén representa el camino de fe de todo creyente. Hay dÃas y temporadas en que la estrella parece haberse esfumado. A esto se refiere Jesús al decir: DÃas vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán (Mt 9, 15). Pero hay dÃas y temporadas en que la estrella de la fe brilla con grande y gozoso esplendor. San AgustÃn dice que los magos anuncian y preguntan, creen y buscan, a imagen de aquellos que caminan en la fe y desean ver.
Entraron en la casa. Vieron al niño con MarÃa su madre y, postrándose, le adoraron. Abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.
Los dones de los magos son los dones que todos los creyentes ofrecemos al niño de MarÃa. El oro, sÃmbolo de lo más precioso, nos dice que hemos de ofrecer al Señor lo mejor de nuestras vidas. El incienso, sÃmbolo de la divinidad, nos dice que nuestra oración debe elevarse a Él como suave perfume de alabanza y gratitud. La mirra, sÃmbolo de la mortalidad; el cuerpo de Jesús bajado de la cruz será ungido con mirra. Los creyentes, como los magos, descubrimos lo divino en lo humano.
Avisados en sueños que no volvieran a Herodes, se retiraron a su paÃs por otro camino.
El encuentro con Jesús y su madre les ha cambiado; su vida sigue otro rumbo. Como los magos, asà los creyentes; cuando encontramos de forma personal a Jesús y a su madre, lo vemos y vivimos todo de otra manera. Hasta que llegamos a nuestro paÃs.