Cuando oyó que Juan habÃa sido entregado, se retiró a Galilea.
De Judea a Galilea. De un paisaje seco y áspero en lo geográfico y en lo religioso, a un paisaje verde y amable. Jesús nace y muere en Judea, pero su vida gira en torno a Galilea. Y después de su Resurrección dirá a los suyos: Avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allà me verán (Mt 28,10).
Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: ConvertÃos porque el Reino de los Cielos ha llegado.
ConvertÃos. Asà comienza Jesús su predicación. San Ignacio dice que la conversión consiste en salir del propio amor, querer e interés. Y este salir es para poder entrar en su propio amor, querer e interés. Salir para entrar en la Luz. Esa Luz no la podemos ocultar detrás de nada: ni nuestro protagonismo, ni una doctrina teórica, ni una teologÃa frÃa, ni unos sermones aburridos.
La conversión de la que Jesús habla no coincide con la del Bautista. La conversión que pide Jesús tiene que ver con la compasión. Es algo que va más allá de las grandes palabras de justicia e igualdad. La conversión que pide Jesús se dirige más hacia los demás que hacia uno mismo, de modo que comenzamos a convertirnos cuando lo importante ya no es el cómo puedo ser mejor, sino el cómo puedo ayudar mejor a mis prójimos.
El Reino de los Cielos brilla en todo su esplendor cuando me comprometo con la solidaridad y el bienestar y la paz de todos los hijos de Dios; cuando lucho, intensa y serenamente, contra todo lo que oprime al hombre.
ConvertÃos porque el Reino de los Cielos ha llegado.