Después salió de la sinagoga y con Santiago y Juan se dirigió a casa de Simón y Andrés.
En la sinagoga habÃa curado a un hombre poseÃdo por un espÃritu inmundo. Ahora, en casa, cura a la suegra de Simón que estaba en cama con fiebre. Luego, al atardecer y en la calle, curará a toda clase de enfermos y endemoniados. Jesús no distingue entre lugares o tiempos sagrados y profanos. Para Él, todo lugar y todo tiempo es sagrado, porque lo verdaderamente sagrado es la persona humana.
Él se acercó a ella, la tomó de la mano y la levantó.
Imaginamos que registramos en vÃdeo esta escena a cámara lenta, con la idea de verla una y otra vez y asà aprender cómo hacer con los necesitados. Contemplo primero cómo se acerca. Después, cómo la toca tomándola de la mano. Y, finalmente, cómo la levanta. ¡Tanto cariño y tanta naturalidad! Cuando la suegra de Simón es levantada, se puso a servirles. Naturalmente. Porque lo recibido gratis, lo damos gratis (Mt 10, 8).
Muy de madrugada, cuando todavÃa estaba oscuro, se levantó, salió y se dirigió a un lugar despoblado, donde estuvo orando.
Hoy es todavÃa oscuro. Otro dÃa será algo más tarde, cuando al hacerse de dÃa salió y se fue a un lugar solitario. Hora más, hora menos, Jesús no puede prescindir de su rato a solas con Abbá; es el momento más querido de su dÃa. Su oración es la del hombre Jesús, siempre hondamente consciente de su condición de hijo querido. Es consciente de esta realidad en todos los momentos del dÃa, pero durante la oración esta conciencia se hace más radiante; y goza, como un bebé, pronunciando y repitiendo la palabra Abbá= Papá.