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16/01/2020 Jueves primero (Mc 1, 40-45)


Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: Si quieres, puedes limpiarme.

La ley de Moisés establecía que un leproso debía vivir siempre alejado de los demás (Lv 5, 3). Pero la fe del leproso y la compasión de Jesús pasan por encima de toda ley.

Si quieres, puedes limpiarme. Hay personas que cuando se acercan a Dios no saben hacer otra cosa que darse golpes de pecho y hundirse en un sentimiento malsano de culpabilidad que destruye su vida. El leproso es consciente de su impureza, pero esto no le hunde ni le deprime. Se acerca a Jesús sereno; sabe que Él puede limpiarle.

Si quieres, puedes limpiarme. No es bueno vivir bajo el peso de la culpa; tampoco tratar de eliminar el sentimiento de culpa. Quien no es consciente del daño que se hace a sí mismo o a los demás, nunca será una persona cabal. Sin la capacidad de autocrítica, ni hay verdadera sabiduría, ni hay posibilidad de transformación. El leproso conoce bien su necesidad y sabe bien quién puede socorrerle.

Si quieres, puedes limpiarme. Esta oración del leproso puede ser una buena ayuda cuando nos acercamos a Dios desde la experiencia de pecado. Con ella reconocemos nuestra culpa y, sobre todo, proclamamos nuestra confianza en la misericordia de Dios. Recordemos las palabras del Papa Francisco: Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz.


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