A vino nuevo, odres nuevos.
Los discÃpulos del Bautista y los fariseos están escandalizados de la buena vida de Jesús y sus discÃpulos; ven que no se toman en serio algo tan importante como los ayunos. Los discÃpulos del Bautista y los fariseos pertenecen al Antiguo Testamento, asà que no están capacitados para entender y aceptar la novedad de Jesús y de su Evangelio. Para ellos, el punto de referencia de sus vidas es el Decálogo de Moisés, la ley.
Para los discÃpulos de Jesús el punto de referencia es Jesús y su Evangelio. Y el Evangelio es novedad constante y permanente. Pero también los discÃpulos de Jesús pueden ser invadidos por distintos virus del espÃritu que los hacen alérgicos a la novedad del Evangelio. Sucede cuando desaparece la interioridad iluminada por la Palabra de Dios. Entonces, esos odres que un dÃa fueron nuevos, se acartonan y no pueden contener el vino nuevo. Su lugar es ocupado por la costumbre, la tradición, la complacencia… Y se adopta una actitud de rechazo a todo lo novedoso. Donde la novedad y la frescura del Evangelio están presentes, el ambiente es festivo; donde faltan esa novedad y esa frescura el ambiente es fúnebre.
Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar. DÃas vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán.
Los dÃas de ayuno a los que se refiere Jesús son los dÃas en que al discÃpulo le tocará vivir la amarga experiencia de la ausencia del Novio. A Él mismo le tocó vivir esta experiencia en Getsemanà y en el Calvario.
De todos modos, quienes nos consideramos buenos cristianos sepamos que no hay incredulidad más sutil y perniciosa que la de vivir un cristianismo ajeno al espÃritu del Evangelio.